Medio siglo ha durado un enfrentamiento entre las guerrillas y el Estado colombiano, pero los más afectados son los inocentes que tuvieron que ver morir a sus seres queridos, ser desplazados de sus propiedades y soportar una guerra ajena a ellos. Después de tres procesos de paz fallidos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Las FARC), la guerrilla más antigua del mundo, entablan un diálogo con el  Gobierno, prometiendo silenciar las armas y emprender una transición a la vida política.

El proceso de paz que se desarrolló en La Habana, Cuba, despertó sentimientos encontrados, el país se polarizó y se segmentó como nunca, pero  no porque no quisiéramos la paz, sino porque estamos cansados de un Gobierno que engaña y manipula descaradamente y de actos absurdos e imperdonables empleados por los grupos insurgentes.

En el 2012 comenzaron las difíciles conversaciones, el documental dirigido por la periodista Natalia Orozco tuvo un seguimiento íntimo con los protagonistas, logra abarcar la totalidad de las fuentes de cada sector, estrategas políticos, militantes de las FARC, víctimas y voceros de la delegación del Gobierno.

La infaltable politiquería y demagogia fue evidente en los argumentos de unos y otros, un enfrentamiento de excusas hacia sus incomprensibles actos durante la guerra, promesas que Dios sabrá si realmente se cumplirán, pretenden hacer entender el reto que implica construir confianza con enemigos de siempre, con personas que estamos acostumbrados a ver en medios de comunicación como autores de asesinatos, violaciones y secuestros, resulta muy complejo borrar ese casete para establecer un lenguaje común y desde una misma orilla. Las FARC afirman que están listos para cambiar sus métodos de lucha y participar en la vida política pero de forma civil, para así poner fin al desangre que baña a Colombia.

Estas conversaciones con los líderes de cada lado de la mesa (Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia y Timoleón Jiménez, comandante en Jefe de las FARC) y víctimas de todos los bandos, acompañadas de imágenes inéditas de combates en la que todas las partes son repudiables, porque seamos sinceros, si las guerrillas traicionaron su filosofía inicial de proteger al pueblo, exactamente eso mismo hicieron las fuerzas militares, dejando a la población civil vulnerable.

Este documental  permite reflexionar sobre la violencia que nosotros en la capital nunca sentimos, pero que nuestros hermanos colombianos la han tenido que vivir desde siempre, el perdón en este caso es un reto muy complejo, porque ya nadie puede devolver la vida de millones, porque esos recuerdos quedarán para siempre en la mente de las víctimas que dormían y despertaban con el sonido del estallar de bombas. Resulta difícil entender los dilemas morales frente a los excesos también presentes en todo accionar militar, esa delgada linea que cruzaron militares y Gobierno, convirtiéndose en criminales y verdugos, igualándose a ese enemigo íntimo, que se ha enfrentado por una ideología errónea.

Pero también es un llamado a tener esperanza, así muchos seamos escépticos de que realmente podamos vivir en paz, si hace unos días hubo un atentado y nuevamente el discurso que tenemos se divide en Santos o Uribe, Colombia es mucho más que esos dos apellidos, la política nuestra es tan paupérrima que vemos en estos dos personajes un camino hacia la salvación y ellos no son más que los mismos mentirosos y oportunistas que nos han gobernado siempre, en época electoral llega el títere de turno con ínfulas de mesías, pero cuando está en el poder se olvida de sus promesas y nuevamente quedamos sin protección y sin rumbo. Sin contar, que cuando por fin aparece alguno que quiera cambiar el camino de nuestro país, al poco tiempo aparece muerto, y por supuesto, esos asesinatos también quedarán impunes.

Tendrá funciones únicas del 20 al 23 de julio en las salas de Cine Colombia, en 12 ciudades del país.

@gonzalezcrisd